Capítulo 3: El Eco en el Alma - Más allá del placer

El mundo swinger no se limita al deseo físico ni a la adrenalina de los espejos y las luces tenues. Para muchos de nosotros, fue –y sigue siendo– un viaje hacia adentro. Un despertar que comienza con preguntas y que, poco a poco, se transforma en una nueva forma de vivir las relaciones, el amor y la libertad. Oshun, siempre cuidadosa con los límites del grupo, repetía como mantra: “Aquí no se escribe por privado a nadie sin permiso. El respeto es la base de todo lo que compartimos.” Esa frase no era una norma cualquiera. Era el espejo donde aprendimos a mirar más allá del cuerpo, a reconocer la dignidad y el deseo del otro como igual. Un código de convivencia que nacía del consentimiento y se alimentaba de complicidad. En una conversación, Calíope se reía con Bes sobre un comentario: “Tiene miedo de ir a Cuba… ¡porque cree que se lo van a comer vivo!” Risas. Ironía. Pero también un trasfondo: el miedo a ser vulnerable, a perder el control. En ese mismo hilo, Oshun rompió el silencio con un mensaje cargado de fuego: “Me hierve la sangre cuando alguien dice que en Cuba las tías somos unas putas. Por eso a veces ni digo que soy cubana. Me agota tener que luchar contra esa imagen todo el tiempo.” Ese momento nos hizo temblar. Nos recordó que incluso en los espacios donde reina la libertad, el machismo y los prejuicios pueden colarse como serpientes disfrazadas de chistes. Y que hay que alzar la voz, siempre, para defender lo que uno es. En otro punto del chat, alguien escribió con tono liviano: “No te pongas celosa…” Y aunque parecía una broma, Selene respondió en privado con algo más profundo: “¿Y si sí me pongo celosa? ¿Eso me invalida en este mundo?” No. No la invalidaba. Porque el swinger no es la ausencia de emociones, sino su gestión honesta. No es una carrera por demostrar cuán “abiertos” somos, sino una danza con el ego, el miedo y el deseo. Celos, inseguridad, pudor… todo cabe, si se habla. Pan, que parecía tener siempre una respuesta para todo, escribió una vez: “La clave no es follar. Es confiar. Si no confías, esto se te cae como un castillo de arena.” Y tenía razón. Había parejas que venían buscando arreglar lo que ya estaba roto. Otras que llegaban desde la curiosidad, desde la plenitud. Algunas lo hacían en secreto, otras con pactos escritos y hablados. Pero todas, absolutamente todas, pasaban por esa fase de mirarse a los ojos y preguntar: “¿Estás bien? ¿Seguimos? ¿Paramos aquí?” Afrodita, después de una quedada intensa, escribió: “Hoy he sentido algo más que placer. He sentido ternura.” Esa frase quedó flotando. Nos recordó que el erotismo no siempre es solo lujuria. A veces, entre las caricias y los suspiros, aparece una conexión más pura, más humana. Un calor que no busca poseer, sino cuidar. Y como dijo una vez Kamadeva, con ese tono de sabio que le salía sin querer: “Aquí aprendí a escuchar sin querer conquistar. A mirar sin invadir. A desear sin apurar.” Ese aprendizaje –lento, profundo, cotidiano– es lo que nos transforma. No solo como parejas o amantes, sino como personas. Aprendemos a pedir perdón, a comunicar mejor, a decir que no con cariño y que sí con el alma abierta. Aprendemos a poner palabras donde antes solo había instinto. La verdad es que, si miras con atención, este mundo no te cambia el cuerpo. Te cambia el alma. Y ese eco, esa vibración nueva en el pecho, ya no desaparece. Se queda contigo. Y con suerte, lo contagias a los demás, aunque no crucen jamás la puerta de un club.

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Capítulo 2: Primeras Quedadas – Cuando la Pantalla Cobra Vida