El swinger no es soltar: es dar continuidad al amor
Existe una idea muy extendida —y muy equivocada— de que el swinger consiste en “soltar”, en dejar que la relación se diluya o pierda fuerza al abrirse a terceros. Nada más lejos de la realidad. El swinger no nace de la carencia, nace de la solidez.
En una relación sana, el deseo no es una amenaza: es energía. Y como toda energía, puede transformarse. En el swinger, las experiencias íntimas con terceros no sustituyen el vínculo principal, lo alimentan. Funcionan como una chispa: no queman la relación, la mantienen viva.
Amar para siempre no significa encerrarse. Significa elegir cada día. Significa mirar a tu pareja y decidir seguir ahí, no por obligación, sino por convicción. El swinger no rompe esa elección; la refuerza. Porque obliga a hablar, a pactar, a mirarse sin máscaras y a confiar de verdad.
Cuando una pareja introduce a terceros desde el respeto y los acuerdos claros, lo que aparece no es distancia, sino complicidad. El otro deja de ser un rival imaginario y se convierte en parte del contexto, nunca del centro. El centro sigue siendo la pareja.
El swinger no es huida ni sustitución emocional. Es continuidad. Es entender que el amor no se mide por la exclusividad del cuerpo, sino por la lealtad emocional, la honestidad y el cuidado mutuo. Es saber que el deseo puede expandirse sin que el amor se fracture.
Para muchas parejas, el swinger no es un punto de inflexión, sino un punto de apoyo. Una forma consciente de mantener viva la conexión, de romper la rutina sin romper el vínculo. De seguir eligiéndose, incluso cuando el mundo entra en juego.
Porque al final, el swinger no va de soltar a tu pareja.
Va de no soltarla nunca… y aun así, seguir creciendo juntos.
Este artículo está dedicado a nuestro aniversario: 24 años de matrimonio.
Gracias por ser mi hogar, mi apoyo y mi todo.
Te amo, Diana.
Carlos Nieblas autor